![]() Me encuentro ante un paisaje semiárido, en el camino de acceso he dejado atrás alguna encina y enebro arbóreo, en las vaguadas más húmedas grandes tamarices indican la presencia de agua. Frente a mí las características lomas o muelas coronadas con rocas areniscas que asoman entre coscojas, abajo la cebada apenas apunta en los campos de labor y en los badíos romeros, pronto en flor, y restos secos de esparto. El silencio es el dueño del lugar, apenas roto por los lejanos sonidos de las esquilas de un ganado ovino. ![]() El terreno se cubrió de
vegetación evitando la erosión del mismo, pero un cambio reciente en la
vegetación, como pudo ser por la sobreexplotación del carrascal, del pastoreo o
por los incendios, favoreció que los sedimentos de sales y areniscas se
humedecieran perdiendo cohesión, y fuesen arrastrados por las aguas
torrenciales, dando lugar a este espectáculo donde el tiempo ha cincelado
lentamente el barro. Lo mejor manera de contemplar los
aguarales es dejar volar la imaginación para encontrar las caprichosas formas
que el tiempo ha ido esculpiendo en la tierra. Luz y sombras que nos acompañan
en nuestro paseo y que no dejan de engañar a nuestros ojos, lo que de
lejos parece un tosco torreón al
acercarnos van apareciendo las magnificas torres de una catedral barroca. Alzo la mirada y veo los altivos picos del pirineo recortados en el cielo azul, abajo toda una ciudad de barro donde buscar los pequeños duendes que un día la habitaron, y que hoy en día siguen corriendo entre sus calles. El tiempo, lento en esculpir la tierra, corre veloz mientras admiro los aguarales. El rebaño que se oía a lo lejos ahora pasa camino del aprisco, pronto anochecerá. Hace frío, es hora de despedirme en silencio de los duendes de los aguarales. Manuel Bernal |
Paisaje aragonés >
Aguarales
Subpáginas (1):
Monegros: Paisaje dormido.