![]() En el Pirineo el paso de una a estación a otra está muy marcado, marca la vida de sus gentes y cada una de ellas tiene su propio color. Todo lo contrario ocurre con un paisaje que tenemos a las puertas de Zaragoza, donde el tiempo parece haberse dormido y las estaciones se van sucediendo sin cambiar el color ocre de su paisaje. Por primavera algunas manchas verdes despuntan, vano intento. Me gusta ver amanecer entre los cerros de Alfajarín, cerros rabiosos de yesos y calizas, donde reinan los romeros que en otros lugares se dejan acariciar, aquí no, aquí muerden directamente. ![]() El agua inexistente, únicamente nos ha dejado muestra de su presencia en la erosión de los cerros y barrancos, y que junto al viento han modelado este territorio. Solo hay un lugar donde mana agua y su nombre lo dice todo, Balsa salada. El resto: tierra, polvo y sed. Desde donde mejor podemos observar este paisaje único, recio y áspero es desde el aire. Los cerros se empequeñecen y nos dejan ver el duro trabajo de siglos de los alfajarinenses, quienes con sudor han ido arañando terreno a los cerros para arrancarles unos granos que llevar a casa. Enfrente, al otro lado del Ebro, en Torrecilla de Valmadrid tenemos el mismo paisaje monocromo, Monegros no entiende de límites geográficos o políticos. En medio la verde huerta de Zaragoza, que hace todavía más doloroso el contemplar los polvorientos cerros que se extienden a ambos lados del río. Manuel Bernal |
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